Un mundo (no tan) nuevo
Hagamos un breve recorrido por nuestro día a día. Echemos un vistazo a izquierda y otro a derecha: pensemos en cómo han ido evolucionando todas las actividades que realizamos y su relación con aquellos elementos materiales de los que se depende para que podamos desempeñarlas.
¡Cómo evoluciona nuestra vida en un solo día! Desde el despertarse hasta el acostarse. Suena el despertador, que en muchos casos ya ha sido sustituido por la alarma del Smartphone de turno. Nos vestimos con ropa que nada tiene que ver con la de antaño, ropa relativamente accesible frente a los niveles salariales del pasado. Desayunamos, tal vez un café con leche. Un café que la cafetera eléctrica se ha preocupado de hacer para nosotros acompañado de una leche procedente de vacas que jamás han visto los verdes prados.
Nos subimos a nuestro carro o carreta, nuestro coche o pequeño utilitario que nos permite desplazarnos más o menos kilómetros hasta el lugar de trabajo albergando en su interior los caballos que antes tiraban desde delante.
Diferentes elementos electrónicos nos acompañarán en nuestra jornada laboral, sin apenas darnos cuenta de ello, y nos permitirán hacer nuestro trabajo, bien con mayor rapidez, bien con mayor precisión. Desde los ordenadores de oficinas hasta el menor de los taladros que pueda usar un trabajador, por no decir de las complejas líneas de producción.
Si proseguimos nuestro recorrido -te invito que de aquí en adelante continúes esta reflexión- veremos que todo ha cambiado. Y si vamos más allá y nos preguntamos cuál es el germen real, alcanzaremos una única conclusión: la industrialización.
¿Qué implica la industrialización de la producción?
Con sus lados negros u oscuros, los posibles perjuicios medioambientales que un crecimiento desordenado en el pasado puede haber ocasionado, nos ha permitido alcanzar unos niveles de confort extendidos a las diversas capas sociales y avances que logran que nuestra calidad de vida sea notablemente mejor que en el pasado.
Si bien se han desarrollado nuevas tecnologías, nuevos productos y nuevos sistemas, estos han tenido la incidencia real sobre la población cuando han podido “democratizarse”, cuando han podido extenderse al común y cuando estos han tenido unos niveles de maduración suficiente y, al tiempo, un coste de adquisición medianamente aceptable.
Los vehículos automóviles comenzaron sus primeros pasos allá en el siglo XIX, pero hasta mediados avanzados del XX no llegaron al común de la población, no se extendió su uso. Más o menos imprecisos, pero sobretodo, caros. Hasta que la fabricación de los vehículos, la implantación de las cadenas de producción y la extensión completa al suministro de los componentes fue suficientemente madura. Dejamos entonces –años 60 en España- de desplazarnos sobre animales y pasamos a hacerlo sobre vehículos que conectaban con rapidez diferentes poblaciones.
Pero sin el proceso previo hubiera sido imposible; sin la industrialización del proceso.
El concepto de industrialización parte de la premisa de que:
Frente a estas ventajas, preguntarás: ¿qué ocurre con el impacto de los procesos productivos, tanto dentro como fuera de la misma fabricación? Es una pregunta legítima, pues ya hemos visto en tiempos pasados los terribles y devastadores efectos de la industrialización masificada. Pero el error no provenía de la misma naturaleza productiva, no del sistema, sino de la falta de control. Algo parecido a lo que sucede actualmente con la construcción tradicional.
En el proceso de fabricación de las viviendas modulares industrializadas, se realiza un análisis de riesgos laborales perfectamente cuantificable, con medidas correctivas y/o preventivas que se implantan e incorporan dentro de las mismas líneas de producción. En la cuestión medioambiental, existe un menor consumo energético que en otros sistemas productivos y, además, los residuos son correctamente gestionados por la legislación vigente, donde la Administración ejerce su labor de control sobredicha gestión. Es decir: dos de los efectos más perniciosos que la industrialización podría tener (consecuencias sobre la salud de los trabajadores y sobre el medio ambiente) pueden ser controlados.
Fruto de ello, como decíamos antes, todo lo que nos rodea se ha ido derivando a lo largo de los siglos anteriores hasta nuestros días, a la producción en industrias y al posterior traslado del producto hasta el lugar de destino. Todo o casi todo.
La vivienda industrializada en un mundo industrializado
La construcción, y en concreto la vivienda industrializada, todavía se sitúa en los pasos previos de las cadenas de montaje automovilísticas del siglo XIX. En estos momentos, la construcción ya ha asumido –y el común también- que existen partes de los edificios que nos rodean que son industriales. En estructura, viguetas, losas, placas u otros elementos lineales; en acabados y revestimientos, desde los cerámicos, terrazos, placas de escayola, cartón yeso; en instalaciones, desde los cableados, a las maquinarias de aire o termosanitarias, las griferías y tuberías, etc.
Nos encontramos en un paso previo que unos pocos estamos superando para que la construcción pueda gozar de las ventajas que en otros ámbitos ya se han alcanzado.
En algunos sectores ya se han logrado niveles de avance que nadie se cuestiona ni se plantea si es posible hacerlo de otra manera. La prefabricación de las torres de los aerogeneradores es un ejemplo. Pero, ¿por qué no hemos asumido todavía que la vivienda industrializada supone un avance frente a la vivienda tradicional?
En el ámbito de la vivienda todavía estamos en la antesala de un sistema de producción extendido más eficiente. Nos empecinamos en realizar construcciones convencionalmente –como se ha hecho en España durante el boom- y que mentalmente nos empeñamos en seguir haciendo igual de mal, creando lo equivalente a una industria precaria en cada lugar que ocupa el nuevo edificio:
Frente a ello, la nueva vanguardia de la construcción de la vivienda industrializada.
Dentro de una opción global de empresa, siendo una de las pocas –si no la única, que ofrece a sus clientes y a sus arquitectos e ingenieros colaboradores la industrialización de sus proyectos, de sus necesidades amparados bajo los criterios del marcado CE y la certificación en Calidad ISO 9001, certificación en Seguridad y Salud en el Trabajo OSHAS 18001 y certificación en sistema de Gestión Ambiental según UNE-EN-ISO 14001, certificados por la entidad SGS. Pero esto ya será objeto de otra reflexión.
De momento, ya estamos ahí: obteniendo resultados diferentes, mejores, haciendo las cosas de forma diferente: viviendas prefabricadas, proyectos industrializados, construcción industrializada.
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